(...)Maloli. Solo su madre la llama todavía Maloli, el nombre que usaba de
pequeña en la escuela, el nombre por el que la llamaban desde lejos las monjas
para afearle que comiera a escondidas en el recreo, haciéndole cruzar con la boca manchada de
chorizo o de chocolate y la prueba del delito goloso en las manos, el
patio infinito del convento-colegio,
ante la mirada atenta, intensa y reprobadora de todo el ejército de anoréxicas - o de hambrientas , que de todo había - que tenía por compañeras; Maloli o Malola, en suma, el nombre que más odiaba. Manuela sonaba mejor, le sonaba a mujer aunque también le parecía demasiado
serio, el nombre que solo usaba para el remite de las cartas y para las solicitudes oficiales. Manoli o
Manuela, así le gustaba que la llamaran, así la llamaba Paco cuando trabajaba
en la oficina del butano; así la llamaba Paca y
cuando se salía de ahí, ella ya sabía que estaba de cachondeo o a punto de reñir por
algo.
-
No, mamá, no quiero la bufanda y no,
no sé, mamá, no sé si vendré a comer... – responde Manoli dándole un furtivo beso en la mejilla a la vez que
criba mentalmente la retahíla materna
para ver cuáles de las preguntas necesitaban respuesta y cuáles quedarán en el
aire , como cada día.
-
Hoy voy a poner” garbanzos como conejos”, Maloli, como a tu padre y a ti “le”
gustan...
-
Ma-lo-li, - vuelve a reclamarla Paca con cierta sorna
y con un tono un punto más
agresivo que el de hacía un rato - sube a la furgoneta de una vez o
nos quitarán el sitio.
Sabe que lo que acaba de decir Paca no es cierto. Más que una
advertencia es una clave secreta, una
contraseña para ayudarla a desprenderse de la invisible cuerda materna.(...)
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