domingo, 1 de noviembre de 2015










         La mujer miró hacia el lugar donde se encontraba Adán pero este evitaba cruzar sus ojos con ella fingiendo, de repente, una inusitada actividad. No, no podía esperar ninguna ayuda de él. Suavemente, Eva empezó a llorar de rabia, de fuerza, de amor, de deseos de ofrecer una puerta a la vida al ser que llevaba dentro. Sus lágrimas se hicieron primero fuentes, luego manantiales y finalmente torrentes que resbalaron  por sus mejillas para saltar desde sus labios hasta su abultado pecho. Desde sus metamorfoseados pezones cayó una catarata sobre su barriga y las aguas de su deseo y su amor al perderse allá abajo en su vientre comenzaron a labrar en su propia carne un profundo valle. En el habitáculo del bebé se abrió paso un minúsculo rayo de luz. Unos colosales temblores se adueñaron del cuerpo de Eva y, sin haberlo aprendido de Dios ni de nadie, empujó y empujó con una fuerza desconocida señalándole el camino de salida.
De pronto, entre lágrimas de agua y de sangre, apareció una cabecita morena, luego un cuerpo y dos brazos y dos piernas y,  luego... : (...)

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