martes, 15 de diciembre de 2015

Por fin, tenemos  el vídeo.
El día 27 de Noviembre de 2015, presenté mi tercer libro "Las que llevan el mar sobres sus cabezas y otros cuentos morados". Fue un acto lleno de emoción y contenido. Particularmente conmovedor entre los minutos 6'30 y 20 por las "sorpresas" que dimos a las personas asistentes entre ellas "el monólogo del maltratador" , a cargo de de Rodrigo Romo, la emotiva actuación al cante de Isabel Cortés y la generosa interpretación de pasodoble "Otra mujer asesinada" por la comparsa "Los envidiaos". También son de destacar las intervenciones de Eduardo Albaladejo, mi editor y amigo;   Rosa Romero y Mercedes Puertas, prologuistas del libro,  y el magistral recitado del poema "Los Buenos Tratos",  por parte de Juanma Delgado Aballe. 


 

viernes, 27 de noviembre de 2015







 “Palabras de Adán”, “Palabras de Caín”, “Cuentos de Adán sobre Eva”, “Cuentos Morados”, “Cuentos Lilas”, “Las que llevan el mar sobre sus cabezas y otros relatos morados/ lilas”, “Kompule Mossi, las que llevan el mar sobre sus cabezas y otros cuentos morados/ lilas”, “Depende de ti y otros relatos morados/ lilas”, “Los Cuentos de los Buenos Tratos”, “Los Buenos Tratos”, “Mujeres de Colores”, “Mujeres Fuertes”, “Evas”, “María de los Colores y otros cuentos morados, “Vivas”, “Evas moradas”, “Color de Mujer”, “Rosa más azul da morado”, “El Sexo Fuerte”, “Las Fuertes”… Cuando, por diversas razones, di a leer el borrador de este libro a un puñado de amigas y colaboradores y les propuse que me dieran ideas para el título, me llovieron sugerencias de diferente tipo y en todas ellas, por eso las reflejo en el párrafo anterior, hay algo del libro que sigue. Gracias. En este libro hago una recopilación de los “cuentos morados” que he ido escribiendo a los largo de los últimos quince años, colocados casi por el mismo orden que fueron escritos lo que puede daros una idea de cuál ha sido mi evolución durante esos años, desde el 1999, en que el empecé a tomarme un poco más en serio esto de la literatura, hasta el día de hoy. No sólo mi evolución literaria, si es que la hubo, también mi vida personal con sus eventos, sus saltos y sus novedades, se asoma de vez en cuando a estos renglones, no os diré dónde. Son historias diversas con distinto grado de ficción y de testimonio personal que en algunos casos han sido premiadas en certámenes literarios salpicados por el Estado Español, pero que, en la mayoría de los casos, dormían en los archivadores de algún jurado sin la prometida publicación. Son veinte “cuentos morados”, tres cartas y algunas coplas y poemas, desde los que cuento mi visión del universo femenino, desde donde hago profesión de mi querer ser y hacer feminista. Sin reparos. Familiar, profesional y socialmente, mi universo vital ha sido muy femenino y por eso, por entender que a lo largo de mi historia y de la Historia, media humanidad ha estado supeditada injustamente a la otra media, independientemente del país, de la religión, de la cultura y hasta de la clase social, esa arista de mi vida se hizo militantemente feminista, entendiendo que trabajar por la igualdad de los géneros es tan necesario como luchar por la igualdad, la dignidad y la libertad de las personas y que estas dos luchas no pueden ser independientes sino paralelas. El futuro del mundo, pienso hoy , será igualitario o no será. Podría decir muchas cosas, sobre este libro o los cuentos que lo componen pero mis amigas prologuistas han sido muy generosas en el esfuerzo de analizar su contenido y su génesis y, en todos los casos, muy benevolentes con su autor y sus intenciones. Solo diré “Gracias” y que os sea de provecho. A partir del 27 de Noviembre estará a vuestra disposición.

domingo, 15 de noviembre de 2015






  


(...) Paca sabe que la cosa no debe ser para tanto pero no puede evitar aquellos estremecimientos. Hace años que, como a las tres y media  de la  tarde o un poco antes quizás, cuando está terminando el fregado   y se asoma  por la ventana de la cocina,  ve que algunas vecinas de la calle inician la peregrinación hacia la escuelita de la calle La Tona.  Las ve asomarse  muy compuestas, casi como de domingo, a la casapuerta. La mayoría prefiere esperar a las compañeras que pasan a recogerlas y es tierno, piensa ella,  ver cómo,  poco a poco, de puerta en puerta, se va formando  un rio de mujeres risueñas con afluentes que  suman  a su paso por las callecitas, una riada de ilusiones diaria y tenaz que llega puntual llueva o apriete el calor poco antes de las cuatro en punto a la puerta del colegio siempre antes de que el maestro o la maestra abran la puerta.

Recuerda con un extraño rubor de complicidad lo que, años atrás,  le había contado su vecina de enfrente. Asunción  era  una de las pioneras de la escuela,   de esas que, durante muchos años,  iniciaba el recorrido antes que nadie como si su veteranía fuera un deber moral. La primera vez que hablaron, hacía muchos años,  fue un descubrimiento. Paqui llevaba apenas poco tiempo en aquella casa y  casi desde el primer día veía   a su vecina  salir sola después de comer y coger la cuesta abajo con dirección desconocida.

-                ¿Dónde va usted cada tarde, señora Asunción?- se atrevió a preguntar Paqui un día  haciendo como que barría la puerta.

-                Al Corte, Frasquita,  al Corte- señalando una gran regla de madera que asomaba del bolso y abriendo la mano en cuya palma sudada jugueteaban   unas hebras de colores

-                Ah, al Corte; pues yo también debería aprender a coser.

-                Pues nada,  a ver si te  animas y te apuntas conmigo- añadió Asunción  suspirando y perdiéndose discreta calle abajo.

La estrategia del Corte, supo después Paqui,  duró más de uno y de dos años y no fue Asunción la única que la usó. En dos turnos,  a las cuatro y a las siete, las conspiradoras de la regla de madera y las hilachas en la mano salían furtivas y  sigilosas para llegar a la escuela, que entonces no estaba en el centro, sino en un colegio de EGB de las afueras.

Poco a poco, le había contado Asunción un día que tuvo que dejarle a Juan Antonio  mientras llevaba a Estrella al médico,  fueron saliendo de una en una  y en grupos del armario de la vergüenza y tomando las calles para sus fiestas, sus trabajos y sus reivindicaciones. Para cuando se mudaron al edificio de la calle La Tona,  las reglas de madera y las hilachas de colores volvieron a sus cajones y la escuela de adultos –de adultas más bien- se hizo parte  entrañable del paisaje cultural  del pueblo. Ahora Asunción había dejado de ir a la escuela, ya no oía ni veía bien y las piernas tampoco le daban para muchas alegrías pero seguía hablándole maravillas de su colegio, así lo llamaba,  cada vez que se encontraban y la animaba a engancharse.(...)

sábado, 14 de noviembre de 2015





(...)Maloli. Solo su madre la llama  todavía Maloli, el nombre que usaba de pequeña en la escuela, el nombre por el que la llamaban desde lejos las monjas para afearle que comiera a escondidas en el recreo,  haciéndole cruzar con la boca manchada de chorizo o de chocolate y la prueba del delito goloso en las manos,  el  patio infinito del convento-colegio,   ante la mirada atenta, intensa y reprobadora  de todo el ejército de anoréxicas -  o de hambrientas , que de todo había -  que tenía por compañeras;   Maloli o Malola, en suma,    el nombre que más  odiaba. Manuela sonaba  mejor, le sonaba  a mujer aunque también le parecía demasiado serio, el nombre que solo usaba para el remite de las cartas y  para las solicitudes oficiales. Manoli o Manuela, así le gustaba que la llamaran, así la llamaba Paco cuando trabajaba en la oficina del butano; así la llamaba Paca y  cuando se salía de ahí, ella ya sabía que estaba  de cachondeo o a punto de reñir por algo. 

-                No, mamá,  no quiero la  bufanda y no,  no sé,  mamá,  no sé si vendré a comer... – responde Manoli dándole un furtivo beso en la mejilla a la vez que criba  mentalmente la retahíla materna para ver cuáles de las preguntas necesitaban respuesta y cuáles quedarán en el aire , como cada día.
-                Hoy voy a poner” garbanzos como conejos”, Maloli, como a tu padre y a  ti “le”  gustan...
-                Ma-lo-li,  - vuelve  a reclamarla Paca con  cierta sorna  y  con un tono un punto más agresivo que  el  de hacía un rato - sube  a la furgoneta de una vez o nos quitarán el sitio.
Sabe que lo que acaba de  decir Paca no es cierto. Más que una advertencia es una clave  secreta, una contraseña para  ayudarla  a desprenderse de la invisible cuerda  materna.(...)

jueves, 12 de noviembre de 2015








Manoli se levantó y caminó hasta arriba de la duna donde estaban tumbadas. Iba lenta, cansina. Cuando llegó a la  cima  asomó el rostro;  su cara  cambió y se iluminó  por un momento de destellos azules. Se agachó con una agilidad inusual  y susurró:

            - Paca, Paca, ven,   corre que aquí detrás hay una movida del carajo...


A unos trescientos  metros, tras la duna y el arenal de la playa,  una patera  volcada con la quilla destrozada se mecía  casi encallada en  la orilla. Las olas la movían siniestra y a su alrededor, como si fueran algas de las que arranca la mar de leva,  una maraña de prendas y  bolsas de plástico, restos del  reciente naufragio, bailaba roneando con  morse de muertos  a la Luna.  Se oían gritos, cada vez más  débiles,  que venían de lo oscuro, del mar. A su alrededor,  la arena removida mostraba   huellas de   fuga de algunos supervivientes  que en su mayoría se perdían en la dirección contraria a la duna desde la que Manoli  observaba en unas  difíciles y dolorosas cuclillas. Un par de jeeps de la Guardia Civil  llegaron a la arena  y los guardias se desplegaron desconcertados,  apresurados,  siguiendo las huellas. A una orden que Paca, ya  arriba,  no oyó  cesaron en la persecución y se reagruparon  en  una hoz  irregular que  pretendía cerrar la playa. En la arena solo quedaba  una pareja de mujeres  demasiado cansadas para huir  haciendo compañía llorosa a sendos cadáveres. Cuando iban a ser detenidas  gesticularon desesperadas señalando al mar  pero ya  casi se  habían apagado los gritos. Al fondo, aún más lejos,  la marea traía hacia la orilla poco a poco, taimada, embusteramente  mansa,  otros tres cadáveres.

- Joé, que fuerte, Paca, que  movida más dura, tos esos están muertos, ¿¿verdad??

            - ¡Cállate,  que nos descubren! – chistó  la amiga resoplando aún por  el esfuerzo de la subida y el impacto de la visión.

            - ¿Y a ti que te importa? ¿Tú has venío en la  patera también?

            - No, pero llevamos en la furgoneta el costo que le hemos comprao al Lolo pa toas las fiestas y como  lo encuentren  pringamos como esas criaturitas.

            - Hostias, sí, que no me acordaba. ¿Qué hacemos?

            - Vámonos, recojamos la otra manta y vámonos. Aquí no hacemos na.

            - Voy por ella, vete tú  pa arriba  y ve arrancando la  furgo. (...)