sábado, 14 de noviembre de 2015





(...)Maloli. Solo su madre la llama  todavía Maloli, el nombre que usaba de pequeña en la escuela, el nombre por el que la llamaban desde lejos las monjas para afearle que comiera a escondidas en el recreo,  haciéndole cruzar con la boca manchada de chorizo o de chocolate y la prueba del delito goloso en las manos,  el  patio infinito del convento-colegio,   ante la mirada atenta, intensa y reprobadora  de todo el ejército de anoréxicas -  o de hambrientas , que de todo había -  que tenía por compañeras;   Maloli o Malola, en suma,    el nombre que más  odiaba. Manuela sonaba  mejor, le sonaba  a mujer aunque también le parecía demasiado serio, el nombre que solo usaba para el remite de las cartas y  para las solicitudes oficiales. Manoli o Manuela, así le gustaba que la llamaran, así la llamaba Paco cuando trabajaba en la oficina del butano; así la llamaba Paca y  cuando se salía de ahí, ella ya sabía que estaba  de cachondeo o a punto de reñir por algo. 

-                No, mamá,  no quiero la  bufanda y no,  no sé,  mamá,  no sé si vendré a comer... – responde Manoli dándole un furtivo beso en la mejilla a la vez que criba  mentalmente la retahíla materna para ver cuáles de las preguntas necesitaban respuesta y cuáles quedarán en el aire , como cada día.
-                Hoy voy a poner” garbanzos como conejos”, Maloli, como a tu padre y a  ti “le”  gustan...
-                Ma-lo-li,  - vuelve  a reclamarla Paca con  cierta sorna  y  con un tono un punto más agresivo que  el  de hacía un rato - sube  a la furgoneta de una vez o nos quitarán el sitio.
Sabe que lo que acaba de  decir Paca no es cierto. Más que una advertencia es una clave  secreta, una contraseña para  ayudarla  a desprenderse de la invisible cuerda  materna.(...)

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